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(Apuntes de la conferencia impartida por Prashant Kakode)

Cuando algo se desajusta en nuestro entorno, intentamos cambiar ese entorno. No ponemos atención en cambiar nosotros.

Lo que queremos en nuestra vida es armonía con nuestro entorno, no lo hemos de convertir en nuestro carcelero.

Si creamos deseos, o expectativas, damos a otra persona el poder de amo y nos volvemos esclavos (es otro/a quién decide si me lo concede o no, y yo soy feliz o no en función de ello). Ese deseo se convierte en nuestro problema.

Muchas relaciones las estropeamos por crear expectativas.

Cuantos más amos creo en mi vida, menor calidad de vida tengo.

 

El mundo exterior no está en nuestras manos, hay que estar preparados para el cambio, para aceptarlo. Lo opuesto a la expectativa es la aceptación.

 

«Haz una buena acción y luego tírala al mar». No la contabilices, no la etiquetes, no esperes nada por ello. Recordemos: Si creamos deseos, creamos amos. Al expresar deseos manifiestas tus debilidades; si permaneces libre, eres más fuerte.

 

«Cada uno de nosotros lleva unas gafas de diferente color y miramos el mundo a través de ellas» (Kant). Por ejemplo, la idea de la muerte el Tibet no genera sufrimiento. El patrón de belleza también es muy diferente de una cultura a otra.

Tenemos la idea de lo que es bueno o malo según nuestras gafas. Puede que tengamos que cuestionar las gafas que llevamos puestas.

Podemos observar nuestro lenguaje, qué palabras predominan: YO, MÍO, QUIERO, MÁS…

Junto con la palabra MÍO surge el sentimiento de posesión y de inseguridad (no queremos perderlo, creamos defensas y protecciones). Luego pensamos que podemos tener más, pero eso no resuelve el problema sino que lo aumenta. Nos metemos en la ESPIRAL de la DEPENDENCIA, y no me permite permanecer libre, me vuelvo esclavo.

Cuando no hay MÍO hay libertad, seguridad, paz, eres tu amo.

El uso de la palabra MÍO en cualquier cosa temporal es signo de ignorancia. No podemos llevarnos nada de este mundo, como mucho somos depositarios. Incluso el cuerpo no nos pertenece, no vamos a poder llevárnoslo cuando dejemos este mundo.

Hay una palabra que tiene el poder de liberarnos: INVITADO. Estamos aquí durante un tiempo, somos invitados en nuestro cuerpo, en este planeta.

 

En nuestro cerebro hay un neurotransmisor, la serotonina, asociado a la felicidad. Cuando hay depresión hay un bajo nivel de serotonina, y eso nos lleva a tener menor control, más enfados, más llanto…

Hay factores que afectan el nivel de serotonina: tabaco, café, chocolate, alcohol, drogas, comida, TV, música, ruido, gente, internet, ordenadores, sexo y pornografía, violencia. Somos una sociedad de adictos. Somos una sociedad con un bajo nivel de serotonina.

Debido a la prosperidad disponemos de muchas más cosas, otras son más fáciles de obtener o de hacer… pero eso nos genera problemas, nos lleva a más esclavitud.

 

Debemos ser observadores desapegados.

Cuando nos sentimos seguros, experimentamos paz, amor, claridad, bienaventuranza, alegría.

Se puede empezar reflexionando y meditando sobre ello unos minutos diarios, sintiéndonos un invitado en la vida.

 

(A partir del libro "Un viaje hacia el corazón", de Ascensión Belart)

Un viaje hacia el interior del corazón es una expedición hacia las profundidades de uno mismo, el proceso de crecimiento para convertirnos en seres humanos maduros y plenamente desarrollados. Este viaje requiere, en primer lugar, una limpieza o clarificación psicológica en la que vamos tomando conciencia de nuestros condicionamientos, limitaciones y defensas para finalmente acceder y desarrollar nuestro ser esencial.  Hemos de reconocer y trabajar nuestras pautas de infancia, nuestras imágenes limitadoras y conductas autodestructivas, los modelos de relaciones disfuncionales, la negación de nuestras necesidades, el miedo al amor y al abandono y los apegos. Se trata de un proceso de individuación para llegar a ser uno mismo, con las singularidades y peculiaridades propias.

Cuando no estamos en armonía con nuestra propia vida, o con la existencia en general, en ocasiones el alma se queja, protesta y reclama atención, y surgen los síntomas.  Estos indican la dirección de lo que el alma anhela, pero también aquello de lo que nos defendemos, a lo que nos resistimos con ahínco, e incluso buscan obtener lo que uno no se atreve a pedir. Si bien los síntomas los crea uno mismo, indican una disfunción, la existencia de cierto malestar interior, dolor y sufrimiento.  En el caso de la depresión, es una bajada a los infiernos personales, una parada del ritmo de la vida cotidiana para escucharse, para estar en contacto consigo mismo, encapsularse como la crisálida de una mariposa para llegar a tocar fondo. En el caso de la ansiedad (caracterizada por opresión en el pecho, taquicardia, sudoración, temblores y un nudo en la garganta) aparece cuando existen preocupaciones y conflictos no resueltos. Manifiesta que hay algo que se vive como amenazante. Los ataques de ansiedad suponen sentirse incapaz de lo que la situación requiere. La manera de sanar no pasa por rechazar nuestros síntomas o la enfermedad sino por abrazarla con amor, ternura y compasión, lo que verdaderamente constituye la mejor medicina.  La esperanza, hablar, expresar sentimientos y pedir ayuda cuando uno se halla preocupado, desanimado o apesadumbrado también son factores curativos. El enfado, el rencor, la angustia, la tristeza y el miedo son sentimientos que sólo son perjudiciales si no se expresan y no se afrontan.

Durante ese viaje hemos de cuidar nuestro cuerpo en todas sus facetas, aprender a respetar sus necesidades y ser responsables de nuestra salud y bienestar. Hay que cuidar la alimentación (somos lo que comemos), hacer ejercicio físico (provoca la liberación de endorfinas de efecto antidepresivo y ansiolítico,  estimula el sistema inmunológico y estabiliza el ritmo cardíaco) y aprender a respirar profundamente (modifica la manera de pensar, sentir y posicionarnos ante la vida; espirar e inspirar: dar y recibir). En el cuerpo se refleja nuestra vida emocional. Las emociones son experiencias somáticas y la energía que emana de ellas puede quedar liberada o por el contrario, bloqueada, dejando huella en el cuerpo.

Abrirnos a la vida significa permanecer vulnerables, permitirnos sentir. La vida en sí misma es incierta, insegura e impredecible. Entraña libertad y riesgo. La alegría de estar vivo significa aceptar el desafío de lo desconocido, abrazar lo nuevo. El proceso de crecimiento personal nos conduce a tomar conciencia de nosotros mismos y asumir la responsabilidad de nuestra vida. Mientras nos dediquemos a culpar a otras personas o a sentirnos culpables  permaneceremos encerrados en recorridos neuróticos. La culpabilidad supone seguir sufriendo por aquello que sucedió en el pasado, que obviamente no puede cambiarse. Si nos comprendemos, aceptamos y perdonamos estaremos generando nuevas conductas alternativas y sanas. En realidad sólo somos víctimas de nosotros mismos, de nuestras creencias limitantes y condicionamientos. Las personas que sufren porque dependen del amor y la atención de sus allegados, no se han asumido. Si aprendemos a contar con nosotros mismos todo cambia, recuperamos el poder, nos sentimos fuertes y capaces, confiamos en nosotros y en el mundo, conquistamos nuestra libertad. Podemos elegir entre ser nuestro mayor enemigo o nuestro mejor aliado, depende de si nos rechazamos o decidimos aceptarnos plenamente. Aferrarse a las personas, situaciones y circunstancias de forma estática, en una vida que es cambiante, acarrea dolor y sufrimiento.  Cuando nuestro mundo deja de ser previsible y cambia, experimentamos sentimientos de incertidumbre, dolor, rabia, impotencia, miedo, tristeza y frustración. Cuando admitimos la realidad sin resistencias, cuando aceptamos las cosas como son, desaparece el dolor. Fluir quiere decir aceptación, dejar llegar lo que viene, dejar ir lo que se va.

Todos aquellos aspectos, emociones y conductas que uno cree inaceptables y que por ello rechaza, como la rabia, los celos, la mentira, la vergüenza, el resentimiento, la culpa, el orgullo, la lujuria, la gula y las tendencias agresivas (actitudes que con facilidad proyectamos y reconocemos en los demás) pertenecen a nuestra sombra. Podemos verla cuando reaccionamos de manera exagerada y desproporcionada, con rechazo, desprecio o animadversión,  ante las actitudes, defectos y acciones de quienes nos rodean.  Dado que no podemos cambiar a los demás, pero sí a nosotros mismos, cuando nos reconciliamos con nuestros “enemigos internos”, cuando aceptamos esas partes rechazadas, curiosamente la relación con los “enemigos externos” se transforma.  Amarse de verdad supone amar también nuestras mezquindades y nuestro sentimiento de inferioridad o inadecuación. Lo peor de nosotros mismos, nuestra basura, sirve de abono y fertilizante para seguir creciendo.

Si nos vivimos como necesitados del otro, si sentimos que somos la mitad de una naranja y no seres completos exigimos al otro lo que suponemos que está obligado a darnos. La independencia económica es un requisito imprescindible para lograr la emocional. El verdadero encuentro entre el hombre y la mujer se da entre seres autónomos, solidarios, equivalentes e interdependientes, que se relacionan desde la libertad, la responsabilidad, el disfrute, la reciprocidad y la cooperación, sin atrapar, ni sentirse atrapados. Las actitudes de dependencia, las exigencias, la posesividad, los celos, el control, la manipulación y el sufrimiento no son sinónimos sino distorsiones del amor. La obsesión por el otro es un indicativo de la necesidad, no del amor.

La mejor manera para prepararse para un verdadero encuentro es aprender a estar solos, para conocernos en todos los sentidos, ampliar nuestra identidad, reconocer nuestras limitaciones y capacidades, aprender a ser autosuficientes y hacer aquellas cosas que nunca se habían hecho. Se toman decisiones y se asume la responsabilidad por lo que se decide hacer o dejar de hacer.  Supone estar en contacto con las propias necesidades, poner límites y reconocer lo que uno no quiere. Sin embargo, también es necesario un espejo donde mirarse, pero no se elige al otro para que nos salve, proteja, sostenga o adore. Tampoco para escapar de una situación o a fin de que nos proporcione seguridad. El conocer al otro y ser conocido requiere apertura y tiempo, no se trata de volcarse “de golpe” en una relación como una salvación, ni de renunciar a ser uno mismo.

Una relación entre almas se sustenta en la amistad, la confianza, la admiración y el interés por las actividades y sueños del otro. El respeto mutuo, la sinceridad y la complicidad fortalecen el vínculo, así como el honrar y valorar la relación.  Es importante respetar la relación tanto como preservar el propio camino individual. Para seguir enamorado es indispensable que nos guste la persona en quien nos hemos convertido durante la relación, y en muchas ocasiones sucede todo lo contrario: uno se ha alejado tanto de sí mismo que no se reconoce y tampoco se gusta. Y si la relación llega a un punto de irreversibilidad, sólo queda rendirse ante la evidencia y aceptar la situación, liberarse emocionalmente uno del otro a través de un proceso de duelo en que cada uno tendrá que perdonarse a sí mismo y a su pareja, sin culpar, ni culpabilizarse, acabar con los reproches mutuos y llegar a la conclusión de que ambos son responsables de la separación, la cual, entendida como una crisis, representa una verdadera oportunidad de salir de una relación intolerable e insostenible y crear una nueva vida llena de esperanzas, movilizando los recursos internos y externos. Es importante sentir gratitud por lo que hubo, por lo que el otro nos aportó, valorando no sólo lo que fue bueno sino también el aprendizaje de los aspectos más frustrantes y dificultosos. El viaje hacia el corazón requiere desprenderse, soltar, abandonar, aunque en un principio no pudiéramos imaginar vivir sin la persona a quien estábamos aferrados, porque lo cierto… es que siempre se puede.

  

El amor NO lo justifica todo

El amor no puede atentar contra tus principios o derechos como persona, impedirte autorrealizarte o rebajar tu sentido de valía. Si amar implica aniquilar la propia autoestima es mejor la soledad.

El amor es el resultado del conjunto de 3 factores: el Eros (placer o deseo, enamoramiento), la Philia o amistad (congruencia racional con el otro) y el Ágape (ternura, cuidados). Emoción, razón y conducta.

El amor no es sufrimiento, no es miedo, no es depresión, no es violación de los derechos, no coarta la libertad. Lo que va en contra de la vida, de su calidad, es represivo, lo que favorece el crecimiento personal, es progresivo.

Si la “prueba de amor” consiste en renunciar a mi autorrealización, ese amor no me sirve. “Te dejo, aunque te ame, no le vienes bien a mi vida”.

La única certeza que puedes exigir de una relación es que nunca te harán daño intencionalmente.

Los principios no pueden ser negociados, aunque sea en nombre del amor.

Estar comprometido significa que haré todo lo posible para que esta relación funcione, pero no por un deber asumido, sino porque quiero que sea así, porque nace de mí.

Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Artículo 3: Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. No admitas la más mínima agresión física o psicológica.

Artículo 12: Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en la vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o reputación. Tienes derecho a la intimidad y a que no invadan tu privacidad.