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Voy a vivir!!!

Soy sólo una pieza de esta sociedad,

cumplo con normas que el instinto me hace cuestionar,

y luego miro a los demás y empiezo a ver la luz brillar.

Quiero cambiar, es hora ya de despertar.

 

Quiero vivir, quiero sentir.

Saborear cada segundo,

compartirlo y ser feliz.

Hay tantas cosas que aprender,

tanto nuevo por llegar.

La vida siempre suma y sigue,

lo que tienes es lo que das.

 

Créeme, voy a vivir, cada segundo,

mientras pueda estar aquí.

Ya comprendí que mi destino, es elegir,

no tengo miedo, he decidido ser feliz. uooh

 

Voy a vivir,

mientras me quede un poco de aire,

no voy a abandonar.

Tengo tanto que ganar,

tengo ganas de crecer…

Voy a vivir, voy a vivir…

 

Asumí que renunciar, no es más que escoger,

equivocarme es una buena forma de aprender.

Que si sigo al corazón no tengo nada que perder,

y a cada paso, surge otra oportunidad.

Y ahora ya ves, no soy quien fui,

aquella triste y temerosa persona de ayer,

he renacido para todo, tengo ganas de vivir,

ahora guardo mi energía para aquel que crea en mí.

 

No perderé ni un día más en lamentarme,

o en sentarme a descansar,

y cada paso, me permitirá avanzar,

hacia el futuro, con confianza y libertad…

 

Voy a vivir…

 

Créeme, voy a vivir.

Saborear cada segundo,

compartirlo y ser feliz.

Hay tantas cosas que aprender,

tanto nuevo por llegar,

lo que recibes, es lo que das…

(resumen del libro)


La leyenda de la mujer y el león

Una leyenda etíope cuenta la historia de un hombre y
de una mujer, ambos viudos que habiendo caminado ya la mitad de un
siglo, ambos supieron atesorar los momentos más hermosos de su vida y con
el corazón lleno de buenas intenciones, la vida les abrió la puerta del
encuentro, se enamoraron y se casaron. La alegría de la mujer fue
grande cuando se fue a vivir a la casa de su nuevo marido,  al ver
que su compañero de ruta y estaciones, tenía un hijo.

Pero el niño todavía lloraba
la muerte de su madre y se mostraba hostil con su madrastra, rechazando
sus afectos. Rehusaba su cocina, rasgaba su costura y se apartaba de su
bondad y sus atenciones.

La
excluía completamente y ni siquiera le hablaba. Transcurrido un tiempo,
la mujer, llena de decepción y tristeza, fue a buscar la ayuda de un
hechicero que vivía en una colina cercana.


¡Por favor!, prepárame una poción de amor para que
mi hijastro me quiera-le suplico la mujer desesperada.
– Puedo
preparártela – le contestó el hechicero, pero los ingredientes son muy
difíciles de obtener. Debes traerme tres pelos del bigote de un león
vivo.
La mujer imploró diciendo que era imposible, que sería
devorada, pero el hechicero insistió en que era la única forma.


Se fue afligida,
pero decidida a no abandonar. Con el nuevo día, cogió un cuenco con
mucha comida y se dirigió a un lugar donde vivía un gran león. Y esperó.
Pasado un tiempo, lo vio venir. Al oír su rugido, dejo caer el cuenco y
huyó.

A la jornada siguiente, fue otra vez a la morada del león
con más comida, esperó a que apareciera y dejó el cuenco antes de irse.
Cada día le dejaba más cerca la comida y esperaba un poco más antes de
irse.

En una ocasión decidió esperar a
que el león comiera la carne para mirarle desde la distancia. Otro día
se puso lo bastante cerca como para poder oír su respiración y, al cabo
de un tiempo, se acercó tanto que podía olerlo. Cada vez le decía
palabras suaves. Después de mucho, mucho tiempo, ya podía quedarse cerca
de él mientras comía.

Y llego el
momento en que el león se mostraba tranquilo en su presencia, se
estiraba y dejaba que le acariciase su pelaje, ronroneando feliz. La
joven mujer decidida que entonces podía cumplir con su propósito.
Mientras acariciaba la espalda y la cabeza de la bestia, hablándole
suavemente, tomó tres pelos de su bigote sin que lo notara.

– Gracias, querido amigo – le dijo, y se fue derecha a
la cabaña del hechicero, quien se mostró encantado de que le hubiera
traído, al fin, los ingredientes mágicos.



– Aquí tienes, te he traído los pelos de un león vivo –
anunció, y los entregó al hechicero, que estaba sentado fuera de su
cabaña frente al fuego

– En efecto, los tienes – dijo el hechicero, sonriendo,
mientras examinaba los tres pelos. E inmediatamente, y antes la mirada
atónita de la mujer, los tiró al fuego.

– ¿Pero qué has hecho? – le
grito ella -. Eran para la poción de amor que quería que hicieras.
¿Puedes imaginarte que difícil ha sido para mí obtenerlos? Me ha llevado
meses ganarme la confianza del fiero león.
– ¿De verdad crees que el
amor y la confianza de un niño pueden ser mas difíciles de obtener que
los pelos de una bestia salvaje?
– le preguntó a la mujer – Vete a
casa y piensa en lo que has logrado.

La joven mujer comprendió.
Reconoció su hazaña, su espera paciente a lo largo de los meses y sus
intentos graduales de acercarse al león.
Ella misma había cambiado
durante el intento.
Ahora la aproximación a su hijastro seria
diferente. Esperó, segura y confiada, se acercó a él, poco a poco,
respetando su ritmo y su territorio, sin invadirle, y sin, por eso,
dejarlo por imposible. Tras un tiempo, el niño la aceptó como su madre y
la dejó entrar en su corazón.

(Cuento tradicional de Etiopia contado
por Piero Ferrucci y Vivien Reid
)


…pero sin olvidar a quién hay que dar prioridad

(A partir del libro "Un viaje hacia el corazón", de Ascensión Belart)

Un viaje hacia el interior del corazón es una expedición hacia las profundidades de uno mismo, el proceso de crecimiento para convertirnos en seres humanos maduros y plenamente desarrollados. Este viaje requiere, en primer lugar, una limpieza o clarificación psicológica en la que vamos tomando conciencia de nuestros condicionamientos, limitaciones y defensas para finalmente acceder y desarrollar nuestro ser esencial.  Hemos de reconocer y trabajar nuestras pautas de infancia, nuestras imágenes limitadoras y conductas autodestructivas, los modelos de relaciones disfuncionales, la negación de nuestras necesidades, el miedo al amor y al abandono y los apegos. Se trata de un proceso de individuación para llegar a ser uno mismo, con las singularidades y peculiaridades propias.

Cuando no estamos en armonía con nuestra propia vida, o con la existencia en general, en ocasiones el alma se queja, protesta y reclama atención, y surgen los síntomas.  Estos indican la dirección de lo que el alma anhela, pero también aquello de lo que nos defendemos, a lo que nos resistimos con ahínco, e incluso buscan obtener lo que uno no se atreve a pedir. Si bien los síntomas los crea uno mismo, indican una disfunción, la existencia de cierto malestar interior, dolor y sufrimiento.  En el caso de la depresión, es una bajada a los infiernos personales, una parada del ritmo de la vida cotidiana para escucharse, para estar en contacto consigo mismo, encapsularse como la crisálida de una mariposa para llegar a tocar fondo. En el caso de la ansiedad (caracterizada por opresión en el pecho, taquicardia, sudoración, temblores y un nudo en la garganta) aparece cuando existen preocupaciones y conflictos no resueltos. Manifiesta que hay algo que se vive como amenazante. Los ataques de ansiedad suponen sentirse incapaz de lo que la situación requiere. La manera de sanar no pasa por rechazar nuestros síntomas o la enfermedad sino por abrazarla con amor, ternura y compasión, lo que verdaderamente constituye la mejor medicina.  La esperanza, hablar, expresar sentimientos y pedir ayuda cuando uno se halla preocupado, desanimado o apesadumbrado también son factores curativos. El enfado, el rencor, la angustia, la tristeza y el miedo son sentimientos que sólo son perjudiciales si no se expresan y no se afrontan.

Durante ese viaje hemos de cuidar nuestro cuerpo en todas sus facetas, aprender a respetar sus necesidades y ser responsables de nuestra salud y bienestar. Hay que cuidar la alimentación (somos lo que comemos), hacer ejercicio físico (provoca la liberación de endorfinas de efecto antidepresivo y ansiolítico,  estimula el sistema inmunológico y estabiliza el ritmo cardíaco) y aprender a respirar profundamente (modifica la manera de pensar, sentir y posicionarnos ante la vida; espirar e inspirar: dar y recibir). En el cuerpo se refleja nuestra vida emocional. Las emociones son experiencias somáticas y la energía que emana de ellas puede quedar liberada o por el contrario, bloqueada, dejando huella en el cuerpo.

Abrirnos a la vida significa permanecer vulnerables, permitirnos sentir. La vida en sí misma es incierta, insegura e impredecible. Entraña libertad y riesgo. La alegría de estar vivo significa aceptar el desafío de lo desconocido, abrazar lo nuevo. El proceso de crecimiento personal nos conduce a tomar conciencia de nosotros mismos y asumir la responsabilidad de nuestra vida. Mientras nos dediquemos a culpar a otras personas o a sentirnos culpables  permaneceremos encerrados en recorridos neuróticos. La culpabilidad supone seguir sufriendo por aquello que sucedió en el pasado, que obviamente no puede cambiarse. Si nos comprendemos, aceptamos y perdonamos estaremos generando nuevas conductas alternativas y sanas. En realidad sólo somos víctimas de nosotros mismos, de nuestras creencias limitantes y condicionamientos. Las personas que sufren porque dependen del amor y la atención de sus allegados, no se han asumido. Si aprendemos a contar con nosotros mismos todo cambia, recuperamos el poder, nos sentimos fuertes y capaces, confiamos en nosotros y en el mundo, conquistamos nuestra libertad. Podemos elegir entre ser nuestro mayor enemigo o nuestro mejor aliado, depende de si nos rechazamos o decidimos aceptarnos plenamente. Aferrarse a las personas, situaciones y circunstancias de forma estática, en una vida que es cambiante, acarrea dolor y sufrimiento.  Cuando nuestro mundo deja de ser previsible y cambia, experimentamos sentimientos de incertidumbre, dolor, rabia, impotencia, miedo, tristeza y frustración. Cuando admitimos la realidad sin resistencias, cuando aceptamos las cosas como son, desaparece el dolor. Fluir quiere decir aceptación, dejar llegar lo que viene, dejar ir lo que se va.

Todos aquellos aspectos, emociones y conductas que uno cree inaceptables y que por ello rechaza, como la rabia, los celos, la mentira, la vergüenza, el resentimiento, la culpa, el orgullo, la lujuria, la gula y las tendencias agresivas (actitudes que con facilidad proyectamos y reconocemos en los demás) pertenecen a nuestra sombra. Podemos verla cuando reaccionamos de manera exagerada y desproporcionada, con rechazo, desprecio o animadversión,  ante las actitudes, defectos y acciones de quienes nos rodean.  Dado que no podemos cambiar a los demás, pero sí a nosotros mismos, cuando nos reconciliamos con nuestros “enemigos internos”, cuando aceptamos esas partes rechazadas, curiosamente la relación con los “enemigos externos” se transforma.  Amarse de verdad supone amar también nuestras mezquindades y nuestro sentimiento de inferioridad o inadecuación. Lo peor de nosotros mismos, nuestra basura, sirve de abono y fertilizante para seguir creciendo.

Si nos vivimos como necesitados del otro, si sentimos que somos la mitad de una naranja y no seres completos exigimos al otro lo que suponemos que está obligado a darnos. La independencia económica es un requisito imprescindible para lograr la emocional. El verdadero encuentro entre el hombre y la mujer se da entre seres autónomos, solidarios, equivalentes e interdependientes, que se relacionan desde la libertad, la responsabilidad, el disfrute, la reciprocidad y la cooperación, sin atrapar, ni sentirse atrapados. Las actitudes de dependencia, las exigencias, la posesividad, los celos, el control, la manipulación y el sufrimiento no son sinónimos sino distorsiones del amor. La obsesión por el otro es un indicativo de la necesidad, no del amor.

La mejor manera para prepararse para un verdadero encuentro es aprender a estar solos, para conocernos en todos los sentidos, ampliar nuestra identidad, reconocer nuestras limitaciones y capacidades, aprender a ser autosuficientes y hacer aquellas cosas que nunca se habían hecho. Se toman decisiones y se asume la responsabilidad por lo que se decide hacer o dejar de hacer.  Supone estar en contacto con las propias necesidades, poner límites y reconocer lo que uno no quiere. Sin embargo, también es necesario un espejo donde mirarse, pero no se elige al otro para que nos salve, proteja, sostenga o adore. Tampoco para escapar de una situación o a fin de que nos proporcione seguridad. El conocer al otro y ser conocido requiere apertura y tiempo, no se trata de volcarse “de golpe” en una relación como una salvación, ni de renunciar a ser uno mismo.

Una relación entre almas se sustenta en la amistad, la confianza, la admiración y el interés por las actividades y sueños del otro. El respeto mutuo, la sinceridad y la complicidad fortalecen el vínculo, así como el honrar y valorar la relación.  Es importante respetar la relación tanto como preservar el propio camino individual. Para seguir enamorado es indispensable que nos guste la persona en quien nos hemos convertido durante la relación, y en muchas ocasiones sucede todo lo contrario: uno se ha alejado tanto de sí mismo que no se reconoce y tampoco se gusta. Y si la relación llega a un punto de irreversibilidad, sólo queda rendirse ante la evidencia y aceptar la situación, liberarse emocionalmente uno del otro a través de un proceso de duelo en que cada uno tendrá que perdonarse a sí mismo y a su pareja, sin culpar, ni culpabilizarse, acabar con los reproches mutuos y llegar a la conclusión de que ambos son responsables de la separación, la cual, entendida como una crisis, representa una verdadera oportunidad de salir de una relación intolerable e insostenible y crear una nueva vida llena de esperanzas, movilizando los recursos internos y externos. Es importante sentir gratitud por lo que hubo, por lo que el otro nos aportó, valorando no sólo lo que fue bueno sino también el aprendizaje de los aspectos más frustrantes y dificultosos. El viaje hacia el corazón requiere desprenderse, soltar, abandonar, aunque en un principio no pudiéramos imaginar vivir sin la persona a quien estábamos aferrados, porque lo cierto… es que siempre se puede.

  

Cuando una puerta se cierra, otra se abre

Si hay una oportunidad entre un millón de que puedas hacer algo, cualquier cosa, para mantener lo que no quieres que termine, vale la pena probar. Empuja la puerta para escrutar dentro, y si es necesario, pon el pie para mantenerla abierta. Donde hay voluntad hay un camino. La persistencia tiene su recompensa. Pero si una puerta se cierra para bien, no te opongas. Acepta la perspectiva del cambio. Cegarse es ridículo. Hay que estar abierto a las posibilidades de una nueva relación. No te obsesiones en aquello que pudiste hacer de manera diferente. Considera las aportaciones que puedes hacer a una buena relación. Aunque la puerta se haya cerrado por tu causa, no sigas culpándote por ello.

Cuando se te cierre una puerta, no te dejes llevar por el pánico. Tómate tu tiempo y considera la situación. De ser necesario cambia tu actitud para que se te abran más puertas. Repítete a ti mismo: “Creo en mí”. Es importante considerar cómo te ves a ti mismo porque es un reflejo de cómo te ven los demás. La esperanza es el mejor de todos los remedios. Aférrate a tus sueños. Haz cuanto puedas para realizarlos. Concédete una segunda oportunidad.

Una puerta cerrada debe ser considerada como fuente de nueva fortaleza, nunca como un fracaso. Saca lo mejor de ti, ten confianza, piensa a lo grande. No debes depender de la suerte o de alguien que te saque de la situación en que aquella puerta cerrada te ha colocado. Abre una nueva puerta, ábrela de una patada si es necesario, utilizando tu contratiempo como inspiración para moverte hacia delante y empezar de nuevo. Si es preciso, construye una nueva.

Tú puedes ver un buen potencial en una nueva relación y no siempre debes permitir que los comentarios negativos de la familia o de los amigos influyan en tus sentimientos. A los ojos de tus consejeros, nunca puede haber ninguno lo bastante bueno para ti, que es como tener una puerta cerrada, antes incluso de tener la oportunidad de abrirla. Sal con esa persona y juzga por ti mismo.

La puerta perfecta puede estar frente a ti, pero debes estar preparado para reconocerla. No dejes que el momento preciso pase de largo ante ti. El destino es lo que tú haces de él.

(resumen del libro “Cuando una puerta se cierra otra se abre” de Arthur Pine y Julie Houston)