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(A partir del libro "Un viaje hacia el corazón", de Ascensión Belart)

Un viaje hacia el interior del corazón es una expedición hacia las profundidades de uno mismo, el proceso de crecimiento para convertirnos en seres humanos maduros y plenamente desarrollados. Este viaje requiere, en primer lugar, una limpieza o clarificación psicológica en la que vamos tomando conciencia de nuestros condicionamientos, limitaciones y defensas para finalmente acceder y desarrollar nuestro ser esencial.  Hemos de reconocer y trabajar nuestras pautas de infancia, nuestras imágenes limitadoras y conductas autodestructivas, los modelos de relaciones disfuncionales, la negación de nuestras necesidades, el miedo al amor y al abandono y los apegos. Se trata de un proceso de individuación para llegar a ser uno mismo, con las singularidades y peculiaridades propias.

Cuando no estamos en armonía con nuestra propia vida, o con la existencia en general, en ocasiones el alma se queja, protesta y reclama atención, y surgen los síntomas.  Estos indican la dirección de lo que el alma anhela, pero también aquello de lo que nos defendemos, a lo que nos resistimos con ahínco, e incluso buscan obtener lo que uno no se atreve a pedir. Si bien los síntomas los crea uno mismo, indican una disfunción, la existencia de cierto malestar interior, dolor y sufrimiento.  En el caso de la depresión, es una bajada a los infiernos personales, una parada del ritmo de la vida cotidiana para escucharse, para estar en contacto consigo mismo, encapsularse como la crisálida de una mariposa para llegar a tocar fondo. En el caso de la ansiedad (caracterizada por opresión en el pecho, taquicardia, sudoración, temblores y un nudo en la garganta) aparece cuando existen preocupaciones y conflictos no resueltos. Manifiesta que hay algo que se vive como amenazante. Los ataques de ansiedad suponen sentirse incapaz de lo que la situación requiere. La manera de sanar no pasa por rechazar nuestros síntomas o la enfermedad sino por abrazarla con amor, ternura y compasión, lo que verdaderamente constituye la mejor medicina.  La esperanza, hablar, expresar sentimientos y pedir ayuda cuando uno se halla preocupado, desanimado o apesadumbrado también son factores curativos. El enfado, el rencor, la angustia, la tristeza y el miedo son sentimientos que sólo son perjudiciales si no se expresan y no se afrontan.

Durante ese viaje hemos de cuidar nuestro cuerpo en todas sus facetas, aprender a respetar sus necesidades y ser responsables de nuestra salud y bienestar. Hay que cuidar la alimentación (somos lo que comemos), hacer ejercicio físico (provoca la liberación de endorfinas de efecto antidepresivo y ansiolítico,  estimula el sistema inmunológico y estabiliza el ritmo cardíaco) y aprender a respirar profundamente (modifica la manera de pensar, sentir y posicionarnos ante la vida; espirar e inspirar: dar y recibir). En el cuerpo se refleja nuestra vida emocional. Las emociones son experiencias somáticas y la energía que emana de ellas puede quedar liberada o por el contrario, bloqueada, dejando huella en el cuerpo.

Abrirnos a la vida significa permanecer vulnerables, permitirnos sentir. La vida en sí misma es incierta, insegura e impredecible. Entraña libertad y riesgo. La alegría de estar vivo significa aceptar el desafío de lo desconocido, abrazar lo nuevo. El proceso de crecimiento personal nos conduce a tomar conciencia de nosotros mismos y asumir la responsabilidad de nuestra vida. Mientras nos dediquemos a culpar a otras personas o a sentirnos culpables  permaneceremos encerrados en recorridos neuróticos. La culpabilidad supone seguir sufriendo por aquello que sucedió en el pasado, que obviamente no puede cambiarse. Si nos comprendemos, aceptamos y perdonamos estaremos generando nuevas conductas alternativas y sanas. En realidad sólo somos víctimas de nosotros mismos, de nuestras creencias limitantes y condicionamientos. Las personas que sufren porque dependen del amor y la atención de sus allegados, no se han asumido. Si aprendemos a contar con nosotros mismos todo cambia, recuperamos el poder, nos sentimos fuertes y capaces, confiamos en nosotros y en el mundo, conquistamos nuestra libertad. Podemos elegir entre ser nuestro mayor enemigo o nuestro mejor aliado, depende de si nos rechazamos o decidimos aceptarnos plenamente. Aferrarse a las personas, situaciones y circunstancias de forma estática, en una vida que es cambiante, acarrea dolor y sufrimiento.  Cuando nuestro mundo deja de ser previsible y cambia, experimentamos sentimientos de incertidumbre, dolor, rabia, impotencia, miedo, tristeza y frustración. Cuando admitimos la realidad sin resistencias, cuando aceptamos las cosas como son, desaparece el dolor. Fluir quiere decir aceptación, dejar llegar lo que viene, dejar ir lo que se va.

Todos aquellos aspectos, emociones y conductas que uno cree inaceptables y que por ello rechaza, como la rabia, los celos, la mentira, la vergüenza, el resentimiento, la culpa, el orgullo, la lujuria, la gula y las tendencias agresivas (actitudes que con facilidad proyectamos y reconocemos en los demás) pertenecen a nuestra sombra. Podemos verla cuando reaccionamos de manera exagerada y desproporcionada, con rechazo, desprecio o animadversión,  ante las actitudes, defectos y acciones de quienes nos rodean.  Dado que no podemos cambiar a los demás, pero sí a nosotros mismos, cuando nos reconciliamos con nuestros “enemigos internos”, cuando aceptamos esas partes rechazadas, curiosamente la relación con los “enemigos externos” se transforma.  Amarse de verdad supone amar también nuestras mezquindades y nuestro sentimiento de inferioridad o inadecuación. Lo peor de nosotros mismos, nuestra basura, sirve de abono y fertilizante para seguir creciendo.

Si nos vivimos como necesitados del otro, si sentimos que somos la mitad de una naranja y no seres completos exigimos al otro lo que suponemos que está obligado a darnos. La independencia económica es un requisito imprescindible para lograr la emocional. El verdadero encuentro entre el hombre y la mujer se da entre seres autónomos, solidarios, equivalentes e interdependientes, que se relacionan desde la libertad, la responsabilidad, el disfrute, la reciprocidad y la cooperación, sin atrapar, ni sentirse atrapados. Las actitudes de dependencia, las exigencias, la posesividad, los celos, el control, la manipulación y el sufrimiento no son sinónimos sino distorsiones del amor. La obsesión por el otro es un indicativo de la necesidad, no del amor.

La mejor manera para prepararse para un verdadero encuentro es aprender a estar solos, para conocernos en todos los sentidos, ampliar nuestra identidad, reconocer nuestras limitaciones y capacidades, aprender a ser autosuficientes y hacer aquellas cosas que nunca se habían hecho. Se toman decisiones y se asume la responsabilidad por lo que se decide hacer o dejar de hacer.  Supone estar en contacto con las propias necesidades, poner límites y reconocer lo que uno no quiere. Sin embargo, también es necesario un espejo donde mirarse, pero no se elige al otro para que nos salve, proteja, sostenga o adore. Tampoco para escapar de una situación o a fin de que nos proporcione seguridad. El conocer al otro y ser conocido requiere apertura y tiempo, no se trata de volcarse “de golpe” en una relación como una salvación, ni de renunciar a ser uno mismo.

Una relación entre almas se sustenta en la amistad, la confianza, la admiración y el interés por las actividades y sueños del otro. El respeto mutuo, la sinceridad y la complicidad fortalecen el vínculo, así como el honrar y valorar la relación.  Es importante respetar la relación tanto como preservar el propio camino individual. Para seguir enamorado es indispensable que nos guste la persona en quien nos hemos convertido durante la relación, y en muchas ocasiones sucede todo lo contrario: uno se ha alejado tanto de sí mismo que no se reconoce y tampoco se gusta. Y si la relación llega a un punto de irreversibilidad, sólo queda rendirse ante la evidencia y aceptar la situación, liberarse emocionalmente uno del otro a través de un proceso de duelo en que cada uno tendrá que perdonarse a sí mismo y a su pareja, sin culpar, ni culpabilizarse, acabar con los reproches mutuos y llegar a la conclusión de que ambos son responsables de la separación, la cual, entendida como una crisis, representa una verdadera oportunidad de salir de una relación intolerable e insostenible y crear una nueva vida llena de esperanzas, movilizando los recursos internos y externos. Es importante sentir gratitud por lo que hubo, por lo que el otro nos aportó, valorando no sólo lo que fue bueno sino también el aprendizaje de los aspectos más frustrantes y dificultosos. El viaje hacia el corazón requiere desprenderse, soltar, abandonar, aunque en un principio no pudiéramos imaginar vivir sin la persona a quien estábamos aferrados, porque lo cierto… es que siempre se puede.

  

Aprendiendo a amar

Se habla mucho de amor, pero se ama muy poco, porque amar es un arte y como tal, lo debemos aprender y seguir practicando y perfeccionando mientras vivamos.

La mayoría creer amar, pero en verdad son escasos los que tienen la capacidad de hacerlo, porque para amar hay que haber pasado la barrera del egoísmo, hay que haber alcanzado una madurez física, síquica e intelectual, pero sobre todo hay que haber alcanzado una madurez espiritual que haya permitido crear un Yo superior, un eje central que nos permita vivir intensa y verdaderamente el momento presente, el único que en verdad nos pertenece.

Para amar, primero hay que haber aprendido no a soportar, sino a disfrutar de la propia soledad y en medio de ella, haber llegado a lo más íntimo de nosotros mismos y en este auto conocimiento, haber aprendido a aceptarnos tal como somos, con nuestras virtudes y defectos, con nuestras limitaciones y también con nuestras posibilidades.

Cuando este auto conocimiento se ha hecho en forma sincera, se alcanza una gran armonía interna y es gracias a ella que podemos acercarnos al ser amado, no para llenar nuestra soledad, sino para compartir nuestras experiencias, nuestra alegría y nuestra riqueza espiritual.

Para amar, primero hay que haber alcanzado el propio centro vital, para poder entregarse sin perderse, para poder crecer juntos, pero sin que ninguno de los dos pase a ser parásito del otro, porque hay que entender que el otro es una individualidad y no puede ser propiedad privada de nadie, ni vivir a través de otro.

Para amar, primero hay que haber alcanzado la propia individualidad y la propia libertad para poder entender y aceptar que el ser amado tiene también sus propios pensamientos y sentimientos y que sus sueños, no tienen por qué ser similares a los nuestros.

Para amar hay que aprender a ver y a aceptar al ser amado en su exacta dimensión y no pretender cambiarlo para que se ajuste a lo que uno a imaginado o como quisiéramos que fuese. Esta es la única forma de respetar la individualidad de la otra persona y poder amarla sin autoengaños.

El Amor no alcanza su validez o su solidez en los juramentos hechos en momentos de pasión desenfrenada, ni menos en las firmas estampadas en un papel frente a un juez, ni siquiera ante un sacerdote. El amarse, el estar juntos durará hasta que dure la atracción física, la comunión de los espíritus, mientras haya comunicación, empatía, confianza, fe y comprensión.

Amarse es una decisión libre, de dos personas que se están entregando lo mejor de sí, que están creciendo juntas, pero en forma individual y que no apuestan al futuro, porque no sólo no lo conocen, sino que es más, porque no les pertenece.

Amar, como el vulgo lo entiende, corresponde al deseo de poseer, de esclavizar con celos y exigencias. Saber amar corresponde a la necesidad de comprensión y entrega. Quién sabe amar es feliz dando sin pedir nada a cambio, porque el Amor encierra en sí, su propia plenitud.

Saber amar significa tener curiosidad por el ser amado, interesarse por su vida de cada día, por sus gustos, anhelos, preocupaciones y realizaciones.

Amar significa buscar al amado en las realidades visibles y encontrarlo en las invisibles. Es reconocer sus virtudes y comprender y aceptar sus carencias y defectos.

Amar es estar presente cuando el ser amado lo requiere, el amor sin poder adivinatorio es rudimentario, hay que saber presentir los deseos para adelantarnos a ellos y escuchar lo que dicen los silencios, lo que anhelan las miradas.

Amar es la unión de dos personas capaces de proporcionarse tanto el uno como el otro, lo que le falta a cualquiera de los dos, es complementarse, porque cada uno está hecho de un mendigo que tiende la mano y de un dios que concede. El amor nos hace poderosos e indigentes a la vez. El amor es siempre una paradoja, hay que ser grande y pequeño, fuerte y débil y la sabiduría está en que sea el contrario el que aporte lo que al otro le falta en el momento preciso.

Para vivir una vida plena con la pareja, hay que aprender a relacionarse y comunicarse aprovechando todas las oportunidades en que están juntos. El ayer pasó, el mañana no ha llegado, sólo se dispone del hoy, y es a este Ahora, al que hay que sacarle el máximo de partido, procurando ser consciente de todo lo que se hace o dice, preocupándonos de los pequeños detalles que pueden hacer feliz al ser amado y por ende, a nosotros mismos. La interacción mutua en el presente es lo que da significación y dinamismo a la pareja, evitando así caer en la monotonía que desgasta y mata el amor.

El amor no puede ser estático porque todo lo estático muere, él debe ir creciendo pero para que esto suceda es preciso alimentarlo y cuidarlo porque se marchita bajo la presión brutal de las exigencias, de los celos, las desconfianzas o las esperanzas desmedidas.

Sólo cuando la persona ha logrado encontrar su propia identidad y está a gusto consigo misma, está preparada para amar e intimar en forma real con la pareja. La identidad no puede buscarse en un mañana hipotético, hay que sentirla en el presente y en la vida cotidiana, sin esperar acontecimientos especiales.

No es posible amar si primero no se ama a sí mismo. Cuanto mejor uno se sienta en la propia piel y sea feliz con su entorno, mayor será la capacidad de amar, porque en la medida que uno va corrigiendo los propios errores y defectos, va incrementando la capacidad de fundirse con los demás, de entenderlos y amarlos.

Hay un abismo entre amar y enamorarse. Amar es un acto volitivo y consciente, en cambio enamorarse es soñar con algo irreal, con un ser que existe en la imaginación y que poco tiene que ver con la realidad. El enamorarse es un acto ciego y a menudo irracional, que termina con la misma rapidez que comienza.

El enamoramiento está lleno de celos, inseguridades, angustia, deseo de posesión, necesidad de estar lo más posible junto a la pareja porque se tiene miedo a perderla. Se tiene temor a despertar porque inconscientemente se sabe que sólo es un sueño.

Para amar, hay que tomarse el tiempo para conocerse, gustarse y sobre todo para llegar a ser natural y sacarse las máscaras y ser nosotros mismos ante el ser amado, sin avergonzarnos y sin temor a ser rechazados.

El que ama es feliz, porque tiene confianza, no sólo en el ser amado, sino también en su propia capacidad de amar y ser amado. No necesita verse en forma permanente, porque su unión no es simbiótica, sabe que su unión trasciende el tiempo y los hechos físicos.

Yolanda silva solano