La leyenda de la mujer y el león

Una leyenda etíope cuenta la historia de un hombre y
de una mujer, ambos viudos que habiendo caminado ya la mitad de un
siglo, ambos supieron atesorar los momentos más hermosos de su vida y con
el corazón lleno de buenas intenciones, la vida les abrió la puerta del
encuentro, se enamoraron y se casaron. La alegría de la mujer fue
grande cuando se fue a vivir a la casa de su nuevo marido,  al ver
que su compañero de ruta y estaciones, tenía un hijo.

Pero el niño todavía lloraba
la muerte de su madre y se mostraba hostil con su madrastra, rechazando
sus afectos. Rehusaba su cocina, rasgaba su costura y se apartaba de su
bondad y sus atenciones.

La
excluía completamente y ni siquiera le hablaba. Transcurrido un tiempo,
la mujer, llena de decepción y tristeza, fue a buscar la ayuda de un
hechicero que vivía en una colina cercana.


¡Por favor!, prepárame una poción de amor para que
mi hijastro me quiera-le suplico la mujer desesperada.
– Puedo
preparártela – le contestó el hechicero, pero los ingredientes son muy
difíciles de obtener. Debes traerme tres pelos del bigote de un león
vivo.
La mujer imploró diciendo que era imposible, que sería
devorada, pero el hechicero insistió en que era la única forma.


Se fue afligida,
pero decidida a no abandonar. Con el nuevo día, cogió un cuenco con
mucha comida y se dirigió a un lugar donde vivía un gran león. Y esperó.
Pasado un tiempo, lo vio venir. Al oír su rugido, dejo caer el cuenco y
huyó.

A la jornada siguiente, fue otra vez a la morada del león
con más comida, esperó a que apareciera y dejó el cuenco antes de irse.
Cada día le dejaba más cerca la comida y esperaba un poco más antes de
irse.

En una ocasión decidió esperar a
que el león comiera la carne para mirarle desde la distancia. Otro día
se puso lo bastante cerca como para poder oír su respiración y, al cabo
de un tiempo, se acercó tanto que podía olerlo. Cada vez le decía
palabras suaves. Después de mucho, mucho tiempo, ya podía quedarse cerca
de él mientras comía.

Y llego el
momento en que el león se mostraba tranquilo en su presencia, se
estiraba y dejaba que le acariciase su pelaje, ronroneando feliz. La
joven mujer decidida que entonces podía cumplir con su propósito.
Mientras acariciaba la espalda y la cabeza de la bestia, hablándole
suavemente, tomó tres pelos de su bigote sin que lo notara.

– Gracias, querido amigo – le dijo, y se fue derecha a
la cabaña del hechicero, quien se mostró encantado de que le hubiera
traído, al fin, los ingredientes mágicos.



– Aquí tienes, te he traído los pelos de un león vivo –
anunció, y los entregó al hechicero, que estaba sentado fuera de su
cabaña frente al fuego

– En efecto, los tienes – dijo el hechicero, sonriendo,
mientras examinaba los tres pelos. E inmediatamente, y antes la mirada
atónita de la mujer, los tiró al fuego.

– ¿Pero qué has hecho? – le
grito ella -. Eran para la poción de amor que quería que hicieras.
¿Puedes imaginarte que difícil ha sido para mí obtenerlos? Me ha llevado
meses ganarme la confianza del fiero león.
– ¿De verdad crees que el
amor y la confianza de un niño pueden ser mas difíciles de obtener que
los pelos de una bestia salvaje?
– le preguntó a la mujer – Vete a
casa y piensa en lo que has logrado.

La joven mujer comprendió.
Reconoció su hazaña, su espera paciente a lo largo de los meses y sus
intentos graduales de acercarse al león.
Ella misma había cambiado
durante el intento.
Ahora la aproximación a su hijastro seria
diferente. Esperó, segura y confiada, se acercó a él, poco a poco,
respetando su ritmo y su territorio, sin invadirle, y sin, por eso,
dejarlo por imposible. Tras un tiempo, el niño la aceptó como su madre y
la dejó entrar en su corazón.

(Cuento tradicional de Etiopia contado
por Piero Ferrucci y Vivien Reid
)


…pero sin olvidar a quién hay que dar prioridad